Ella lo miró y en ese instante le pareció que era la primera vez que lo veía. Su rostro, pensó, era el de un completo desconocido. Sus ojos se fijaron en los suyos, buscando inquisitivamente a aquél hombre con el que había vivido media vida, al que con el paso del tiempo no necesitaba ni mirarle para saber lo que pensaba, ni escuchar su respuesta porque ya sabía cual iba a ser, era tal su cercanía, pero en aquel preciso instante se desmoronaron esos veintitantos años compartidos. Y era cierto, no conocía a esa persona en absoluto, lo miró a los ojos y lo vio como realmente era, un monstruo.