jueves, 28 de octubre de 2010

Cuando algo se rompe


Mi vecina tenía un gran jarrón, no era muy costoso pero era bonito y le había cogido cariño, uno le va tomando afecto a los objetos de la casa, se va apegando a ellos ya que forman parte de la historia de una familia, ellos siempre están ahí durante diversas situaciones que vivimos como el nacimiento de un hijo, los cumpleaños, la llegada de alguien, la partida de alguien, en fin todo aquello que conforma lo cotidiano, el diario vivir y que de alguna manera u otra va marcando nuestra existencia.
Cierto día, soplaba un fuerte viento y mi vecina tenía sus ventanas abiertas y el dichoso jarrón cayó al suelo hecho añicos.
Con mucha paciencia, y tristeza por parte de mi vecina, fuimos juntando los pequeños trozos tratando de encajar uno por uno, pegándolos en su sitio.
El jarrón quedó nuevamente armado y aunque tenía la misma forma ya no era el mismo de antes.
Lo mismo sucede, a mi entender, con las relaciones humanas.
Cuando alguien traiciona nuestra confianza, tal vez seamos capaces de perdonarle, pero no va a ser lo mismo, van a quedar huellas en esa relación como las marcas del jarrón roto, algo se rompe dentro nuestro y aunque nos esforcemos en recomponer las cosas, nunca volverán a ser lo que eran.
Cuando sufrimos un dolor muy intenso, es posible remontar ese sufrimiento y seguir adelante, pero en nuestro corazón seguramente quedarán cicatrices, también como las del jarrón.
Cuando algo se rompe, es inevitable sentir tristeza, es inevitable que nos sintamos diferentes, como perdidos y desorientados, solos y desamparados.
Sin embargo, el darnos cuenta que podemos juntar los pedazos y seguir adelante, es reconfortante, porque las cicatrices, ¿no serán un signo de que hemos luchado y hemos vencido?

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